La escena se pinta tensa y un tanto dramática: Bird, el famoso proveedor de servicios de comunicación, ha decidido dejar la Unión Europea. Robert Vis, el CEO de la empresa, no se guarda nada y arremete contra las regulaciones que, según él, asfixian la innovación en tiempos de inteligencia artificial.
“Nos vamos de Europa porque necesitamos un entorno más favorable para ser creativos en esta era de la IA”, declara Vis a la agencia Reuters.
Pero, ¿qué significa esto realmente para la empresa originaria de los Países Bajos?
Bird tiene planes de aterrizar en grandes ciudades como Nueva York, San Francisco, Austin, Singapur, Dubái, Estambul y Tailandia, aunque su corazón fiscal seguirá latiendo en los Países Bajos, donde mantendrán una oficina en Lituania. Esto suena a una jugada estratégica, ¿verdad? Además, Vis ha dejado claro que ya no habrá más trabajo desde casa en estas nuevas ubicaciones, salvo para atraer talento global. La idea es acercarse más a sus clientes y ofrecer un servicio más personalizado.
La regulación europea bajo la lupa
Vis no se detiene ahí y explica que el motivo de su mudanza se debe a la existencia de “regulaciones restrictivas y problemas para contratar a profesionales en tecnología” en Europa. Pero, lo curioso es que no especifica a qué regulaciones se refiere. La UE ha implementado un AI Act que comenzará a aplicarse gradualmente, pero no queda claro cómo esto afectará a la tecnología de Bird. En un mensaje en LinkedIn, Vis lanzó una advertencia: “Las regulaciones en Europa van a frenar verdaderas innovaciones en un mercado global que avanza rápidamente hacia la inteligencia artificial”.
Su mensaje es claro y contundente: “Europa, ¡deja de regular!”. No es solo una queja, es un grito de guerra para otros que podrían estar considerando seguir sus pasos. La pregunta ahora es: ¿será Bird la primera de muchas empresas que se marchen por las mismas razones?
Un vistazo a la tecnología de Bird
Bird es más que un simple proveedor de comunicación; ofrece una plataforma de software que conecta empresas con sus clientes a través de correos electrónicos, mensajería y videoconferencias. Su objetivo es revolucionar los procesos empresariales mediante la automatización impulsada por inteligencia artificial. Sin embargo, el AI Act también regula las aplicaciones de IA, exigiendo transparencia y certificaciones. Para algunos críticos, esto supone una carga excesiva para las empresas, aunque no hay prohibiciones directas sobre las aplicaciones de IA de propósito general. Solo se restringen los sistemas que puedan usarse para monitorear a los ciudadanos.
En medio de todo este revuelo, la industria observa de cerca cómo se desarrollará este conflicto entre innovación y regulación. Bird, con su mirada puesta en el futuro, parece decidido a no dejarse atrapar en la red de burocracia que, según ellos, podría sofocar la creatividad y el progreso.